martes, mayo 31, 2016

El cuadro

Muchas cosas pasaron desde que volví a ver a mi familia, después de casi 15 años de distancia. Les debo el detalle de esos años, irán en otro post, o en otros post porque es bastante elaboración aún para un blog. Puedo igualmente resumirles algunos puntos clave para que lleguen a visualizar lo que me pasó cuando vi el cuadro en mi casa.

Mi familia la componen mis tíos, sus hijos y los hijos de sus hijos. Todos por el lado de mi madre. Mi familia y mi madre no se hablan hace más de 20 años, yo decidí volver a verlos hace unos 7 años. Fue una de las cosas más difíciles que me han tocado decidir y de las que estoy más orgullosa de haber logrado.

Cuando volví a la casa de mis tíos, luego de ese tiempo, me encontré con muchas cosas que habían sido parte de mi infancia. Cosas cotidianas. Materiales. Palpables. Que a veces son más fuertes y más reales que los pensamientos y las palabras. Cosas que dejé cuando me fui pero que seguían estando cuando volví. Cosas de mis tíos y cosas que habían sido de mi casa y por distintas cuestiones y caprichos que ya nadie recuerda, quedaron ahi y me esperaban. Encontré una zapatilla de mi hermano cuando era chiquito. Encontré muebles, objetos de mi padre, vajilla, cuadros, sábanas... cosas mínimas pero enormes.

El cuadro del que les hablo estaba en la casa de mi primo, el mayor. Había sido de mi padre, él lo amaba y creo que se lo regaló cuando hubo que vaciar la casa. Es un mapa del mundo de la National Geographic, muy viejo. Vale aclarar aunque es obvio que amo los mapas, como él. De eso también me di cuenta cuando volví, de todo lo que teníamos en común con mi padre y también es parte de lo que soy, aunque a fines práctico, no haya servido de mucho entonces ni ahora.

El cuadro en cuestión estuvo por años en la casa de Primo mayor. Es de él porque Padre se lo regaló. Sigue sin haber discusión posible al respecto aunque él lo niegue. El cuadro es suyo, así como todas las cosas que están en la casa de mis tíos son de ellos, yo no siento ni creo en la propiedad heredada, tema sobre el que jamás nos pondremos de acuerdo, por supuesto.

Cada tanto a ellos les agarra este brote de reparación histórica que no entiendo y quieren devolverme "mis" cosas. En alguno de los brotes Primo decidió darme el cuadro y en medio de varias idas y venidas, apareció un día en casa, perfectamente embalado y sin opción a rechazo.

Desde entonces está en el comedor, me llevó un tiempo asimilarlo y colgarlo a la vista de todos. Como me lleva un tiempo asimilar cualquier cosa en la vida. Asimilar la zapatilla de mi hermano, las sábanas viejas, y todo eso que fui y me encontré cuando volví. La decisión igualmente la tomó Novio que no pasa por todos estos vaivenes emocionales y se cansó de tener el comedor a medio armar, asique un buen día compró clavos y lo colgó. En rigor va perfecto con la decoración y a todos les encanta. El que no sabe pensará que lo compramos en una feria y dimos en la tecla con el estilo del ambiente. Yo, que amo los mapas, estoy feliz de tener esa antigüedad en el comedor, pero la real real sensación cuando lo veo es de fascinación por la preservación en el tiempo del cuadro y de lo que somos; y de orgullo. Orgullo no por el dueño original del cual me cuesta recordar cosas positivas, sino de todo el camino transcurrido hasta acá.

Veo el cuadro y me veo a mi con 5 años mirándolo y preguntando por todos esos países de nombre raro. Me veo a mi el día que nos mudamos a Buenos Aires. Veo a mi familia de un lado, a Madre del otro, me veo a mi en el medio. Veo a Padre, la inevitabilidad (si existe la palabra) de la herencia, amo los mapas como amo la mostaza porque él era así. Y en ese cuadro está todo lo bueno que me tocó de él, esas cosas insignificantes que hoy me siguen sorprendiendo. Creo en definitiva que no se trata de otra cosa que aprender a cargar la mochila que llevamos por muy pesada que sea.